Un invento ensalzado en el siglo XIX como una revolución en el arte del tostado, no alteró significativamente esta carencia de uniformidad en las rebanadas de pan. Consistía en una especie de jaula de hojalata y alambre, que, colocada sobre la abertura de una estufa de carbón, mantenía cuatro rebanadas de pan inclinadas hacia el centro. El calor que ascendía de la estufa iba oscureciendo una cara del pan, operación que era vigilada atentamente. Después, se daba la vuelta a las rebanadas.
La electricidad, y más tarde la generalización de los termostatos, introdujeron cambios importantes. Las tostadoras eléctricas aparecieron a comienzos del siglo XX, y consistían en unas estructuras con los alambres a la vista, sin ninguna clase de protección. Carecían de todo control, por lo que aún era necesario no perder de vista el pan ni un momento.
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